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lunes, 15 de junio de 2015

Juventud perdida

No es una generación perdida sino nada orientada. Época de cambios, floreciente creatividad y caos por ordenar son los patrones que convierten a toda sociedad en un maremágnum de deshaceres y quedeceres por hacer, entuertos e hilos que deshilachar que ni la política sería capaz de ello hasta pasados unos cuantos años.
Estamos perdiendo lo más valioso de la juventud, y no es precisamente la inocencia, sino el descontrol y desenfreno que es la creatividad de estos chavales. No es de extrañar que sean menores de treinta los creativos publicitarios, idealistas y creadores de lemas para Coca-cola o vendedores y consumidores de coca rápidos y fugaces. Ocultos entre las sombras, se crea desde abajo hacia arriba -como siempre me enseñaron que se tenían que hacer las cosas- en esta sociedad dando entretenimiento y esperanzas a las verdaderas generaciones perdidas que no han sabido qué hacer con tanto cambio tecnológico: la de nuestros padres. Y todo ésto a cambio de aceptarlos como potenciales valores en la sociedad, a cambio de unas cervezas y cenas y -quizás- por añadir al diccionario algunas palabras nuestras acuñadas por jóvenes apasionados del inglés.
Pero toa recompensa llega tarde y alejada de su primer propósito para el que fue creado por el creador, todo premio no es más que una baratija o un espectáculo pobre que no representa ni el esfuerzo ni el dinero o tiempo invertido en casi cualquier proyecto de categorías tan dimensionales como los que pueda pensar cualquier adolescente en paro para mejorar las cosas, pero las soluciones nunca están de parte ni de su mano por lo que puede seguir sentado esperando a que le tiendan una el viejo capitalismo que afana en apoderarse de los medios para obviar o rechazar ayudas para salir adelante. Es un gigante capaz de chafar a la gente sin saber por dónde debe caminar. Y precisamente los jóvenes que conozco, por muy ahorradores que son, no son grandes ambiciosos ni pretenden amasar fortunas, solo quieren labrarse su propio pan amasado con sudor de su frente y, a ser posible, sin sangre. Ya se han derramado demasiadas gotas por doquier, y aún quedan muchas guerras por cerrar en la herida del alma humana que perdura por los pasos de los años.
No, lo que quiere el joven es ver cómo verdaderamente evoluciona y crece todo a su al rededor, no en su smartouch, supermóvil inteligente -aunque más que él en muchos casos- o en las pantallas de sus portátiles.
Nunca se le ha dado tan poca utilidad al sistema educativo que te enseña solo en valores y clásicos, si tienes la suerte de no cruzarte con algún profesor tradicional. Hacen falta más maestros y estamos destrozando las ilusiones desde pequeños de ser grandes, quizás de crecer, y de interiorizarnos como posibles enseñadores prematuros frente a nuestros perdidos mayores. Nuestros orientadores no nos conocen pero quizás tengan razón cuando nos digan qué debemos hacer, lo que hace que me pregunte "¿Y por qué no lo estamos -estábamos- haciendo ya en la escuela?"
Bien, si bien no tengo la respuesta, lo único que sé o que puedo aportar es que hacen falta más lienzos en las aulas de primaria y/o secundaria y menos hojas en blanco frente a exámenes de matemáticas y geografía, aunque nunca está de más saber dónde se encuentra Burkina Faso, es probable que saber la procedencia de las rocas calizas sea más interesante en una excursión que sentado en un aula estudiando las piedras a través del papel de un árbol. No quiero ni imaginar cómo estudiarán los árboles los de dendrología.